El primer circo que funcionó en Buenos Aires lo hizo gracias a la iniciativa del Inglés Santiago Spencer Wilde (Inglaterra, 7 de Marzo de 1772 – Buenos Aires 16 de Julio de 1854).
Wilde instaló entre las calles Florida y Córdoba el "Parque Argentino", que fue el primer jardín público, a imitación de los grandes jardines públicos europeos, es ahí donde se presentaron los primeros espectáculos circenses con artistas nativos y los circos extranjeros que llegaban al país.
El parque ocupaba la manzana limitada por las actuales Avenida Córdoba (antes calle Córdoba), calle Viamonte (antigua calle Temple), calle Uruguay y Paraná. Su perímetro estaba rodeado por una rústica pared de cerco, que sobre la calle Uruguay estaba emplazada cinco metros hacia adentro de la línea de edificación para que los concurrentes pudiesen dejar allí sus cabalgaduras y carruajes. Todavía hoy la línea de edificación de la calle Uruguay mantiene esa retirada entre la Avenida Córdoba y calle Viamonte.
Además de los elementos paisajísticos, el establecimiento contaba con un hotel al estilo francés, salones de baile, una arena de circo con comodidad para 1500 espectadores y un pequeño teatro al aire libre.
La primera compañía que inaugura esta pista en 1829 es el “Circo Chiarini” (del italiano José Chiarini) donde presenta “Arlequinades” malabares sobre la cuerda floja y “Voltige a la Francaise” acrobacia aérea Francesa, con su esposa Angelita y un joven aprendiz llamado Blas Noi. También, se incluyen pantomimas y bailes criollos.
De los personajes destacados que animaron el circo del Parque Argentino, se destacan el célebre personaje de la época, el italiano Pedro Sotora, que se presentó en 1834 y se hacía llamar el hombre incombustible o el rey del fuego. Una de sus habilidades más llamativas era la de "comer" estopa ardiente. Solía lanzarse a la pista dando saltos mortales y fue, en el país, el primer divo que se vistió y pintó de payaso.
También en 1834, llega la Compañía Ecuestre Gimnástica y Pantomímica Laforest - Smith. El programa del 25 de Junio de 1834 incluye ejercicios ecuestres serios a cargo de Carlos Laforest y de Ava Smith y ejercicios de carácter cómico, a cargo del payaso Hoffmaster. A esta compañía ya empiezan a incorporarse artistas criollos como Florencio Castañera, la familia de Antonina Montes de Oca y la cómica Francesca Peñaloza actuando en pantomímicas de indios o aldeanos. Un poco más adelante, en 1836, llega una compañía norteamericana conocida como Los Steward.
En 1840 nació Sebastián Suárez a bordo de una embarcación en jurisdicción brasileña, aunque sería anotado en Buenos Aires. Siendo niño ve al Circo Olímpico de Juan Lippolis y ese encuentro lo lleva a buscar materiales como bolsas de arpillera, a las que desarma y vuelve a armar extendidas para confeccionar su propia carpa de espectáculos
En cada presentación circense de la zona, Sebastián Suárez aprende trucos y técnicas, utiliza maquillaje y ropas estrafalarias y se convierte en Tony. A la entrada coloca un cartel que dice: "Circo Flor América". Así nació el primer circo de Buenos Aires, al que luego Alejandro Rivero (yerno de Sebastián Suárez) bautiza Circo Unión y luego el Circo de los 7 Hermanos.
Durante el período Rosista, el teatro y las formas del espectáculo en general, tuvieron un fuerte impulso y apoyo oficial, incluso se conformó una escuela de actores criollos.
Giusseppe Chiarini
En 1869 vuelve a Buenos Aires el circo italiano Chiarini, con los números hípicos de Giusseppe Chiarini (no es el mismo de 1829) y la compañía conformada por su núcleo familiar. Ese mismo año comienza a actuar en Montevideo y luego en Buenos Aires, el payaso genovés, acróbata y luchador Pablo Raffetto (1842 - 1914)
Raffetto (izq.) y Chiarini (der.) |
La lucha se transforma en una importante fuente de trabajo para el genovés y los espectadores lo desafían a pelear en las funciones.
En 1877 se encuentra con los hermanos Podestá y contrata a los jóvenes hermanos uruguayos durante seis meses para realizar una gira por el sur de la Provincia de Buenos Aires.
Además de Raffetto, dos fueron los payasos que conquistaron al público de fin de siglo: Frank Brown y Pepino el 88.
En 1877 se encuentra con los hermanos Podestá y contrata a los jóvenes hermanos uruguayos durante seis meses para realizar una gira por el sur de la Provincia de Buenos Aires.
Además de Raffetto, dos fueron los payasos que conquistaron al público de fin de siglo: Frank Brown y Pepino el 88.
Tipos de payasos “El Clown” y “El Tony”
Sus características son: rostro inverosímil de careta pintarrajeada de apuro, bocaza inmensa, naríz de tomate, manos y pies con guantes desparejos y zapatones desmesurados, peluca desgreñada y ropa de desecho. El habla, tartajosa; el andar, desgarbado; la mirada, atónita o pícara. Siempre tocaba un instrumento, un banjo, un clarinete y desafinaba horrorosamente. Arrastraba los pies, tropezaba, dos por tres se caía, recibía las bofetadas, salía empapado y maltrecho de todas sus andanzas. Un ser calamitoso, encantador y adorable, destinado a ser víctima.
Los payasos Argentinos Firulete y Santiaguito |
Su verdugo era “El Tony”. Elegantísimo, apuesto, voz de clarinete, insoportable sabelotodo, el Tony proponía una inquietante androginia. La cara empolvada, los labios pintados, las cejas dibujadas muy arriba, los ojos maquillados, las orejas esmaltadas de rosado intenso. Si se quitaba el sombrero (un simple cono blanco) refulgía el charol renegrido del pelo cuidadosamente aplastado por la gomina. ¡Y su traje! Un prodigio de suntuosidad, raso bordado con lentejuelas, casi siempre blanco, o rojo y oro. Los bombachones hasta el tobillo le daban, a partir de la cintura, una silueta trapezoidal. El lujo y la marginalidad confrontan los personajes.
El embajador que Dios mando a los niños en la Noche de Navidad cumpliéndose la ley del diplomático que dijo “Si un día hay que enviar a un ministro a otro planeta, tendrá que elegirse por su elegancia natural a un inglés”.
Frank era, además de Clown, acróbata, malabarista y prestidigitador. También era famosa la respetuosa y erudita parodia que hacía de los más famosos monólogos Shakesperianos.
Brown regresó en reiteradas oportunidades a la Ciudad de Buenos Aires, hasta que en 1884 decidió quedarse definitivamente en el país, iniciando una brillante carrera de centenares de espectáculos que siempre se anunciaban con un cartel que colocaba en la entrada sentenciando: “Aquí se aprende a reír”.
Domingo Faustino Sarmiento, compuso las siguientes líneas en "El Censor" (el 24 de julio de 1886) sobre el payaso genial que había caído, como un ser de otro planeta más jovial, en esta Ciudad de Buenos Aires.
"La función a beneficio de Frank Brown ha debido ser provechosa. El Skating estaba lleno a punto de hacer temer que sus paredes reventaran, dejando escapar tal hipertrofía de espectadores por las brechas.
Tan grande era la afluencia durante el espectáculo, que el picadero estaba invadido a medias y Brown se vió obligado a saltar, además de los veinticuatro carabineros que había prometido, a doce "sanagorias" adicionales que no estaban en el programa.
Frank Brown merecía, sin duda, tal favor del público, porque es el clown más espiritual y más simpático que pueda imaginarse. Los monos son cojos y mancos a su lado; las leyes de a gravedad le son completamente indiferentes: trepa como una mosca el palo mas alto y mas jabonado: caminaría en un cieloraso, si quisiera: y si no vuela, es por pura coquetería.
El talento de Brown es de maravillosa extensión; es un clown enciclopédico: es saltarín, juglar, equilibrista, bailarín de cuerda, "ecuyer", actor grotesco, músico consumado, y a todas esas cualidades agrega una fuerza prodigiosa. Es un hércules con pies de mujer y manos de niño. Es imposible ver músculos más elegantes, un pescuezo mas atlético, una estructura más fuerte y más liviana; todo coronado con una cabeza hermosa a la que sabe darle un aspecto estrafalario capaz de hacer estallar la risa con una mueca.
En las pruebas de nuestro clown el esfuerzo no se hace sentir nunca; ejecuta las cosas más difíciles con una seguridad, una facilidad y una gracia pasmosas; nunca produce el efecto penoso de los demás pruebistas, que dan tanta inquietud respecto a sus brazos y a sus piernas.
Sin embrago, en su función de gracia estuvo de una temeridad loca, capaz de producir aprensión en las gentes más seguras de su fuerza y destreza. Se ha entregado a toda clase de ensayos infructuosos liara romperse la crisma.
Ha sido cubierto de aplausos, y era muy justo. En lo que a nosotros respecta, nada vemos superior a Frank Brown. Se concibe, a fuerza de apurar el caletre, que alguno sea un Homero o un Rafael, o un Napoleón; parece posible que se represente el drama como Sarah Bernhardt; no es inverosímil que se atalive alguno al mismo Ataliva y hasta se ha visto que don Agustín Cabeza haya alcanzado a ser diputado al Congreso . . . pero, ¿cómo se explica usted que un hombre se agarre a un poste con una sola pata, o que haga de su cuerpo los mismos brazos de un molino de viento?
No se admira bastante a los saltimbanquis; se necesita mas agilidad, mas coraje y más vigor para sus pruebas, que lo que necesita Cambaceres para mantenerse en el candelero."
Tan grande era la afluencia durante el espectáculo, que el picadero estaba invadido a medias y Brown se vió obligado a saltar, además de los veinticuatro carabineros que había prometido, a doce "sanagorias" adicionales que no estaban en el programa.
Frank Brown merecía, sin duda, tal favor del público, porque es el clown más espiritual y más simpático que pueda imaginarse. Los monos son cojos y mancos a su lado; las leyes de a gravedad le son completamente indiferentes: trepa como una mosca el palo mas alto y mas jabonado: caminaría en un cieloraso, si quisiera: y si no vuela, es por pura coquetería.
El talento de Brown es de maravillosa extensión; es un clown enciclopédico: es saltarín, juglar, equilibrista, bailarín de cuerda, "ecuyer", actor grotesco, músico consumado, y a todas esas cualidades agrega una fuerza prodigiosa. Es un hércules con pies de mujer y manos de niño. Es imposible ver músculos más elegantes, un pescuezo mas atlético, una estructura más fuerte y más liviana; todo coronado con una cabeza hermosa a la que sabe darle un aspecto estrafalario capaz de hacer estallar la risa con una mueca.
En las pruebas de nuestro clown el esfuerzo no se hace sentir nunca; ejecuta las cosas más difíciles con una seguridad, una facilidad y una gracia pasmosas; nunca produce el efecto penoso de los demás pruebistas, que dan tanta inquietud respecto a sus brazos y a sus piernas.
Sin embrago, en su función de gracia estuvo de una temeridad loca, capaz de producir aprensión en las gentes más seguras de su fuerza y destreza. Se ha entregado a toda clase de ensayos infructuosos liara romperse la crisma.
Ha sido cubierto de aplausos, y era muy justo. En lo que a nosotros respecta, nada vemos superior a Frank Brown. Se concibe, a fuerza de apurar el caletre, que alguno sea un Homero o un Rafael, o un Napoleón; parece posible que se represente el drama como Sarah Bernhardt; no es inverosímil que se atalive alguno al mismo Ataliva y hasta se ha visto que don Agustín Cabeza haya alcanzado a ser diputado al Congreso . . . pero, ¿cómo se explica usted que un hombre se agarre a un poste con una sola pata, o que haga de su cuerpo los mismos brazos de un molino de viento?
No se admira bastante a los saltimbanquis; se necesita mas agilidad, mas coraje y más vigor para sus pruebas, que lo que necesita Cambaceres para mantenerse en el candelero."
Más tarde, Joaquín V. González expresó: “No dejaré de afirmar que el payaso artista cual Frank Brown es para los niños, viejos y adultos de los dos sexos y de todas las razas, una de las cosas más amables inventadas por el ingenio del hombre”.
En 1888 Frank dejó el Circo de los hermanos Carlo y probó suerte con una compañía propia. Durante la “Revolución del 90” visitó y reconfortó con sus chistes a los heridos de ambos bandos
Su generosidad era proverbial. Regalaba a manos llenas durante las funciones chocolates y caramelos y hacía muchas funciones a beneficio de niños enfermos y hospitales.
Declararía alguna vez al diario La Nación: “Cuando me hallo ante los millares de ojitos encantados de los niños, con sus manos ansiosamente extendidas solicitándome los, para ellos, maravillosos chocolates y muñecos que les traigo en mi canasta, tiemblo de emoción, de alegría infinita. Y es porque si en ese instante ellos son felices, yo me considero el hombre más feliz de la Tierra”.
La vida lo puso muy duramente a prueba en el año 1889, con la muerte de su hijo a la que siguió la de su esposa Ketty, que cayó del caballo en medio de un acto ecuestre. Quizás porque la función debía continuar o porque venía acostumbrado a ser maltratado por la vida desde que tenía recuerdos, siguió adelante y decidió probar suerte en una gira por Sudáfrica, que terminó en un fracaso.
Regresó a Buenos Aires, donde fue muy bien recibido, recuperó sus afectos y el calor del público y se lo vio muy enamorado de la écuyère Rosita de La Plata, que se convirtió en la compañera de su vida. La chica se llamaba en realidad Rosalía Robba y tenía seis años cuando entró al mundo del circo vendiendo flores en el Arena de Corrientes y Paraná. A los ocho pasó a integrar la compañía de Cotrelly y recorrió el mundo durante unos diez años. Cuando regresó a Buenos Aires, se había convertido en una notable écuyère, aportando a su destreza, mucha simpatía y una “figura atractiva”.
Con el apoyo del banquero Franco - Argentino Charles Seguin abre su propia sala en el año 1905: El Coliseo Frank Brown, ubicado en la actual Marcelo T. de Alvear entre Cerrito y Libertad. La construcción de encargo al arquitecto Alemán Carlos Nordmann, fue apreciado por su original y extraordinaria estructura en las mayores publicaciones de arquitectura de la época.
Tenía una pista móvil para ejercicios acrobáticos, una pileta de 400 metros cúbicos, un subsuelo para el traslado de los animales del escenario a la Calle Santa Fe, un restaurante y localidades para 2000 personas sentadas en los palcos y 500 paradas. El éxito fue total y Frank se lanzó a la aventura de llevar su compañía por los países del Pacífico.
Tenía una pista móvil para ejercicios acrobáticos, una pileta de 400 metros cúbicos, un subsuelo para el traslado de los animales del escenario a la Calle Santa Fe, un restaurante y localidades para 2000 personas sentadas en los palcos y 500 paradas. El éxito fue total y Frank se lanzó a la aventura de llevar su compañía por los países del Pacífico.
Frank Brown presentando a su compañia la noche del estreno. |
Cuando en 1910 el país se preparaba para los festejos del centenario con la visita de grandes personalidades, Frank Brown quiso sumarse con lo mejor que podía dar: su circo. En un baldío de la calle Florida levantó una carpa de lonas y madera para que el mundo pudiera verla.
Estaba demasiado cerca del Jockey Club y a la aristocracia patricia le pareció que esa barraca era una muestra de la Argentina incivilizada, algo que había que evitar, no podía ser que se viera ese mamotreto cuando la ciudad ya tenía su teatro Colón. Frank Brown se negó a retirarla y de semejante ultraje a la arquitectura de la “parisina” Buenos Aires, se ocuparon las llamas.
Seguramente esas mismas manos incendiarias se extendieron alguna vez esperando los caramelos del gran payaso, pero eso no importó, tampoco sus aportes a la "Liga Patriótica"; se había purificado con fuego el honor de la patria civilizada.
Duramente golpeado por la barbarie “patriótica”, Frank se embarcó en una nueva gira por Sudamérica. En 1912 volvió a las tablas con un éxito importante y en 1917 participó de la película Flor de Durazno junto a Carlos Gardel. En ese mismo año se tomó la revancha histórica de levantar en el lugar que hoy ocupa el obelisco un circo similar al que le habían quemado, el Hipodromme Circus, que abrió sus puertas el 5 de mayo de 1917.
Hacia 1924, Frank y su esposa decidieron retirarse de las tablas simultáneamente. Poco después, el Circo fue demolido para dar lugar al desarrollo urbano de la Capital Federal.
El matrimonio se radicó en un modesto hogar ubicado en la calle Enrique Martínez N° 825 del barrio de Colegiales. Allí Frank se convirtió en un vecino más, simple, humilde, prácticamente un desconocido salvo para aquellos que añoraban sus años de infancia y lo recordaban repartiendo caramelos y chocolates de sus bolsillos colmados.
Enviudó el 25 de agosto de 1940. Frank Brown falleció el 9 de abril de 1943 a los 84 años de edad. Fue sepultado en el Cementerio Británico, en Chacarita.
Estaba demasiado cerca del Jockey Club y a la aristocracia patricia le pareció que esa barraca era una muestra de la Argentina incivilizada, algo que había que evitar, no podía ser que se viera ese mamotreto cuando la ciudad ya tenía su teatro Colón. Frank Brown se negó a retirarla y de semejante ultraje a la arquitectura de la “parisina” Buenos Aires, se ocuparon las llamas.
Seguramente esas mismas manos incendiarias se extendieron alguna vez esperando los caramelos del gran payaso, pero eso no importó, tampoco sus aportes a la "Liga Patriótica"; se había purificado con fuego el honor de la patria civilizada.
Duramente golpeado por la barbarie “patriótica”, Frank se embarcó en una nueva gira por Sudamérica. En 1912 volvió a las tablas con un éxito importante y en 1917 participó de la película Flor de Durazno junto a Carlos Gardel. En ese mismo año se tomó la revancha histórica de levantar en el lugar que hoy ocupa el obelisco un circo similar al que le habían quemado, el Hipodromme Circus, que abrió sus puertas el 5 de mayo de 1917.
Su ultima entrada cómica la noche de su despedida. |
Hacia 1924, Frank y su esposa decidieron retirarse de las tablas simultáneamente. Poco después, el Circo fue demolido para dar lugar al desarrollo urbano de la Capital Federal.
Enviudó el 25 de agosto de 1940. Frank Brown falleció el 9 de abril de 1943 a los 84 años de edad. Fue sepultado en el Cementerio Británico, en Chacarita.
“Ser o no ser…” es la primera línea de un soliloquio de la obra “Hamlet” en la que el protagonista creyéndose solo inicia su monólogo diciendo: “Ser o no ser: he ahí la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia?…”. Sin dudas Frank Brown, que tantas veces parodió con excelencia esta obra de la literatura universal, dio fin a cualquier calamidad con atrevida resistencia, enseñando a reír.
El 27 de agosto de 1920 desde la terraza del Teatro Coliseo, el Dr. Telémaco Susini realizó la primera transmisión radiofónica de la historia musical argentina: la Opera “Parsifal” de Richard Wagner, interpretada por la soprano Argentina Sara César, en la Ciudad de Buenos Aires.
Este hito, fue considerado “el día mundial de la radio” por el Primer Congreso Mundial de Radio que se llevó a cabo en Buenos Aires en 1934.
Este hito, fue considerado “el día mundial de la radio” por el Primer Congreso Mundial de Radio que se llevó a cabo en Buenos Aires en 1934.
Principales fuentes consultadas para esta entrada:
http://blogs.lanacion.com.ar/archivoscopio/archivoscopio/habia-una-vez-un-circo-imagenes-para-el-recuerdo/
http://www.elhistoriador.com.ar/biografias/b/brown.php
http://www.arcondebuenosaires.com.ar/teatro_polyteama.htm
http://www.teatrocoliseo.org.ar/historia/
http://www.circopedia.org/Giuseppe_Chiarini
ttp://www.lagaceta.com.ar/nota/468557/sociedad/sarmiento-escribe-tucuman.html
http://historiaycuriosidadesdelilusionismo.blogspot.com.ar/2009/11/una-de-circo-el-40-onzas-y-los-magos.html
http://www.cementeriobritanico.org/perhistbritchacarita/frankbrown.html
http://esoquellamamosteatro.blogspot.com.ar/2015/02/frank-brown-y-el-hippodrome-que-no-fue.html
Wikipedia.
Hemeroteca Biblioteca Nacional de España
http://blogs.lanacion.com.ar/archivoscopio/archivoscopio/habia-una-vez-un-circo-imagenes-para-el-recuerdo/
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http://www.cementeriobritanico.org/perhistbritchacarita/frankbrown.html
http://esoquellamamosteatro.blogspot.com.ar/2015/02/frank-brown-y-el-hippodrome-que-no-fue.html
Wikipedia.
Hemeroteca Biblioteca Nacional de España
1 comentario:
Frank Brown trabajou en la Companhia de Los hermanos Carlo, mis parentes. En Argentina.
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